Balance de Cosquín 2019: entre la crisis económica, las tensiones artísticas y la cuestión de género

La 59a edición del festival fue un fiel reflejo del momento social del país, ya que la fuerte recesión se hizo sentir y además estuvo atravesado por los reclamos de las mujeres.

Siempre se dijo que el Festival Nacional de Folklore de Cosquín es un termómetro del estado de situación que atraviesa el país. Y la edición 2019, que finalizó este domingo con la apertura de Los Nocheros y el cierre del Chaqueño Palavecino en una plaza Próspero Molina con buen marco, no fue la excepción: lo que se dice y canta en las nueve lunas refleja mucho de lo que pasa puertas afuera.

En un contexto de una marcada crisis económica y, aunque le cueste expresarlo a algunos, de mucho descontento social, el festival no  estuvo ajeno. “No hay un mango”, es lo que se repitió una y otra vez durante cualquier charla en las peñas, los bares o la misma plaza.

A juzgar por la gran cantidad de gente que circuló por las calles en estos días, Cosquín no deja de ser ese centro neurálgico para la cultura popular: guitarreadas en todas las esquinas y en los balnearios, escenarios callejeros desbordados de artistas y así podríamos seguir. Aunque también hay que decir que una buena cantidad de ese público no entraba a la Próspero Molina (o elegía una noche puntual), mientras el circuito de peñas también se vio muy afectado y tuvo que apelar a diferentes estrategias para sobrevivir.

La concurrencia a la plaza tuvo un saldo aceptable. Según la Comisión Municipal de Folklore, “positivo” si se tiene en cuenta el contexto. Habrá que analizar los números finos, pero hubo noches muy convocantes (sobre todo la de Abel Pintos y el primer sábado) y el resto rondó entre el 60 y 80 por ciento de ocupación. Aunque también hubo que apelar sobre la marcha a una promoción de 2×1 en entradas, una propuesta prácticamente inédita para el festival y cuestionada por la manera en que se implementó. 

Lo peor que le podría pasar a Cosquín es pensar que ese mencionado capital simbólico es eterno y más aún camino a la edición de los 60 años que se celebrará en 2020. Es cierto que esta Comisión viene trabajando con anticipación muchas cuestiones (de hecho, ya anunció la fecha del próximo, del 25 de enero al 2 de febrero), pero en tiempos de crisis hay que reinventarse constantemente. Ya nadie tiene la vaca atada. Tampoco Cosquín. 

Decir o no decir
La tensión entre la canción (o el gesto) que ofrece un mensaje y la música más pasatista tuvo uno de sus momentos más notorios en esta edición. A pesar de que la grilla volvió a mostrar cierto equilibrio y un saludable respaldo a los artistas consagrados en los últimos años, hubo una marcada división entre las noches más nutridas y con fundamento (no sólo en la palabra, sino también en la propuesta visual que muchos aún desestiman) y otras mucho más pobres y con muy poco para aportar. 

Sería una pena que Cosquín pierda esa esencia de “decir cosas” pensando que en el festival “no se hace política”. Todo festival es político en el amplio sentido de la palabra, y este escenario se llama Atahualpa Yupanqui, con todo lo que significa.   

Otra situación que incomodó como nunca antes es la cuestión de género. Por un lado, el reclamo por más presencia de mujeres en el escenario (y en otros ámbitos) fue casi unánime y no afecta sólo a Cosquín. Pero en este festival fue llamativo el bajísimo promedio: sin contar homenajes, delegaciones y Pre Cosquín, hubo apenas una mujer de cada 10 artistas por noche, incluso un par de jornadas sin ninguna. Además, la presencia de artistas  denunciados por violencia de género o cuestionados por comentarios machistas, movieron el avispero en el detrás de escena. La deconstrucción está en marcha.   

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