Dormir y despertarse mirando al volcán: la vida en La Palma después de 20 días de fuego

Los habitantes de esa isla de Canarias no pueden pensar en otra cosa. Nubes de ceniza y una pregunta que nadie responde: ¿hasta cuándo?

Con la mirada fija en el volcán. Así se quedan dormidos y despiertan los habitantes de la isla canaria de La Palma, donde el volcán de Cumbre Vieja lleva veinte días en erupción.

La tierra sigue temblando y el aire que respiran es cada vez más espeso. Arden los ojos. Se seca la garganta. Hay mal olor. Por más que se alejen de los ríos de lava, no hay modo de pensar en otra cosa.

Son más de 6.500 los isleños que tuvieron que dejar sus hogares desde que el volcán despertó el 19 de septiembre y no dejó de rugir.

Hasta ahora, el Cumbre Vieja arrasó con casi mil casas y dañó a unas 150 más, en mayor o menor medida, según el relevamiento del satélite europeo Copernicus. Todos los habitantes de la isla, sin embargo, se sienten amenazados.

Porque la erupción del volcán madura pero no pierde explosividad. Porque desde que la lava llegó al mar, la calidad del aire empeora. Porque cada vez son más las localidades que podrían ser evacuadas. Porque según el Instituto Volcanológico de Canarias, la erupción podría durar dos meses más.

En las últimas horas la lengua de lava, gases y cenizas que expulsa el volcán cubrió 9 hectáreas más. La erupción se devoró ya más de 470 hectáreas de una isla consagrada, sobre todo, al cultivo del plátano.

Un mar de cenizas

El viernes, la colada de lava principal se bifurcó a unos 350 metros de la costa. Con una curiosidad: la lengua que se desprendió de la principal copió el mismo itinerario que siguió la lava durante una erupción ocurrida en 1949 cuando se formó el delta lávico que ahora despierta de un sueño en el que permaneció anestesiado y que para los palmeros es una pesadilla.

“Lo que nos está pasando es imposible de calificar con palabras”, lleva semanas diciendo Juliana Bertucci Busso, una argentina que vive desde hace 18 años en La Palma, donde su esposo, Luis Pérez Hernández, hace malabares para que su parrilla, Los Argentinos, no naufrague con la erupción del Cumbre Vieja.

“Mi casa está a 8 kilómetros de la primera boca del volcán que se abrió”, dice a Clarín Juliana, que suele filmar el recorrido a pie sobre la capa de cenizas volcánicas, que lo cubren todo, desde su casa hasta el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, donde trabaja.

Hay vecinos que salen a calle con paraguas, para evitar la lluvia de cenizas. Lo hacen con barbijo -las autoridades recomiendan usar el FFP2, que es profesional y filtra mejor el aire- y hasta con antiparras protectoras.

Aeropuerto cerrado

La Palma lleva dos días casi incomunicada: todos los vuelos fueron cancelados y el aeropuerto, que abría y cerraba como en un parpadear según las condiciones para operar que le imponía la erupción, no funciona ni lo hará en las próximas horas. Sólo se puede llegar a la isla por mar.

Durante los primeros quince días de la erupción, el volcán de Cumbre Vieja expulsó 80 millones de metros cúbicos de lava, el doble de lo que arrojó en 1971 el Teneguía, la última erupción que vivieron los habitantes de La Palma y entre el 26 de octubre y el 18 de noviembre de aquel año.

El viernes por la mañana, los terremotos contabilizados, de diversa intensidad, llegaron a ser 40, casi todos bajo la localidad de Fuencaliente. El día anterior, se sintió uno de 4,3 puntos.

Los expertos aseguran que la reactivación del enjambre sísmico se debe a un “reajuste del sistema” por la cantidad el magma que sigue fluyendo. “La sismicidad no es superficial. No hay indicios de que vaya a abrirse otra boca”, aseguran.

El volcán arrojó 13.100 toneladas de dióxido de azufre en un día formando una nube que, según los vulcanólogos, ya se percibe sobre el mar Caribe.

CLARIN.-
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